El hombre como origen de su propio mal estar
Francis Bacon. Three Studies for Figures at the Base of a Crucifixion, 1944. © Estate of Francis Bacon
Sigmund Freud nos adentra en los
orígenes de lo que él llama “el malestar en la cultura” ligándolo a varios
factores que va describiendo y enlazando con su posible origen, el cual se
puede encontrar en las marcas de la vida anímica del sujeto, en su núcleo
familiar y en la misma cultura de la sociedad donde se desenvuelve. El objetivo
de este ensayo es rescatar en un orden más claro cuáles son los elementos que intervienen
en la infelicidad del sujeto, de cómo estos pueden afectar su desenvolvimiento
dentro de la cultura que él mismo ha creado y sobre todo ¿qué peso tiene la
propia naturaleza del hombre en la generación de su propia infelicidad? Con
esto se busca demostrar que muchas de las causas que nos llevan a la insatisfacción
pueden ser tratadas desde el individuo mismo, con el análisis de su psique y su
tratamiento mediante una terapia con un especialista.
Uno de los principales puntos que
se toca es el de la religión y cómo ésta, en algunos individuos, puede ser de
ayuda para sobrellevar sensaciones de displacer, se habla de un sentimiento
oceánico que les hacer sentirse parte de un todo, esto lo lleva hacer una
comparación con una situación mental en la que se deja de diferenciar de manera
correcta las fronteras del yo con el exterior (psicosis). En este punto, me
hace pensar si se refiere a las personas que consideran que han sido tocadas
por dios y que se consideran sus mensajeros, después de haber experimentado algún
“encuentro” con su creador. Para enriquecer este punto nos describe como el ser
humano lactante se hace consciente de los límites del yo al descubrir que para
tener algunos estímulos tiene que llorar para que estos le asistan. De igual
forma se desarrolla la conciencia de que cuando algo que nos cause displacer,
puede ser expulsado del yo al considerarlo desagradable o amenazador. Es así como
se adquiere el principio de realidad, al poder discernir entre lo que es del yo
y lo externo del yo.
Ahora bien, del proceso anterior se
puede conservar en la memoria anímica situaciones sin resolver o pulsiones primitivas
que pueden salir a la luz después en circunstancias específicas, se nos plantea
una metáfora en la que se describe una ciudad como Roma, que fue construida
sobre sus propias ruinas generación tras generación, y muy dentro de la misma aún
se pueden encontrar remanentes de las versiones anteriores; con esto se refiere
a que si bien se pudo haber superado algunas etapas de la vida anímica del
individuo, pueden encontrarse aún remanentes o carencias de algunas necesidades
de la infancia como la necesidad del padre, lo que llevaría a querer sentirse siempre
en primer plano, eterno y libre de un riesgo que considera latente, una especie
de desamparo: “Todo esto es tan evidentemente infantil, tan ajeno a toda
realidad efectiva” (S. Freud, 1930) Cap II:74.
En la religión, con la búsqueda de
un padre se busca la satisfacción de las necesidades del desvalido individuo.
Las religiones se basan en prometer una vida mejor y el hombre busca en ellas la
ausencia del dolor y el displacer; también la vivencia de intensos sentimientos
de placer, para esto el individuo se dispone de varios métodos que le ayudan a
lograr esto, una de ellas es la soledad buscada, que nos brinda sosiego con la
protección inmediata que nos da el alejarnos de la sociedad. Otro de los métodos
implicaría la alteración del quimismo del cuerpo, la intoxicación, ésta se
produciría al ser ingeridas y diseminadas por la sangre, generando sensaciones placenteras
que ayudaría a sentirnos ajenos a las mociones de displacer; además ésta nos
brindaría una cuota de independencia respecto al mundo exterior al permitirnos
refugiarnos en uno propio, que nos ofrece mejores condiciones de sensación.
Lamentablemente esto resulta tener un carácter peligroso y dañino.
La mezcla de un trabajo psíquico e
intelectual, como la creación de arte serviría también para procurarnos placeres
que sólo lograrían atenuar pulsiones no tan grandes, por otra parte, esto no es
tan viable para la mayoría de las personas, pues no es algo que esté al alcance
de todos. Por otra parte, El eremita ocupa otro método, el del alisamiento del
mundo y la generación de otro a modo que le permita cubrir sus necesidades.
Todos estos métodos y muchos otros
buscan el librarse del sufrimiento y buscan la felicidad, pero existe otro, que
es la técnica del arte de vivir, la cual aspira a independizarnos del destino y
sitúa la satisfacción en proceso anímicos internos, se acerca a la postura en
la que se sitúa el amor como el punto centrar de la vida. En este ámbito el
amor sexual es el que más sensaciones placenteras nos ha brindado. Es aquí
también donde se aborda la belleza, que aun que no la considera de utilidad,
dentro de la cultura no se podría prescindir de ella y es precisamente en el
ámbito sexual donde la belleza tiene cabida al ser originalmente propiedades de
los objetos sexuales, como los genitales.
En general los métodos resultan de
la búsqueda de evitar cualquier displacer y cada resultado dependerá por mucho
de quien lo aplique, además de que ninguno realmente nos garantiza que
alcancemos todo lo que anhelamos: “lo que interesa es cuánta satisfacción real
pueda esperar del mundo exterior y la medida en que sea movido a independizarse
de él” (S. Freud, 1930) Cap II:83.
Es durante el proceso de maduración
que el ser humano debe transformar y reordenar sus componentes libidinales, ya
que de no ser así el sujeto podría terminar buscando la dicha en la
intoxicación crónica. La religión perjudica este proceso incompleto, al entrar
en el juego de elección y adaptación, pues ella impone una solución universal para
la búsqueda de la felicidad y la protección contra el sufrimiento.
Tomando otro enfoque, Freud nos
ubica ahora ante las tres fuentes de nuestro penar: la naturaleza, nuestro
cuerpo y las normas que regulan nuestra sociedad. De las tres, la que bien
podemos identificar como propia del hombre es la social, la cual consiste en
una serie de acuerdos que se supone son en beneficio de todos y que aun así se
le confiere gran parte de la culpa por nuestra miseria. En ésta, el ser humano
se siente atrapado dentro de su mismo progreso intelectual y cultural, su
progreso lo ha llevado a la invención de tecnologías que lo acercan a sus
semejantes en grandes distancias, le han permitido aumentar la esperanza de vida,
pero: “¿de qué nos vale una larga vida, si ella es fatigosa, huera de alegrías y
tan afligente que no podemos si no saludar a la muerte como redentora? (S.
Freud, 1930) Cap III:87.
Como un cuento de hadas califica Freud
todo este avance tecnológico, el cual considera que en otro momento el hombre
mismo habría asignado estos logros a sus dioses, por no considerarlos a su
alcance, eso lo lleva a concluir que la vida de sus dioses son sus ideales de
cultura. Esto entonces no acerca a otro tema que considero trascendental en la
lectura, pues deja entrever el nivel de perfección que el hombre ha buscado
durante su existencia como sociedad, la de tratar de llegar a ese ideal que es
plasmado cuando crea y describe a sus dioses, la creación de una cultura que
valora el orden, la limpieza y la belleza. De lo anterior se rescata que el
hombre tiene por naturaleza una inclinación al descuido y la falta de
regularidad y debe ser educado arduamente para igualarse a sus dioses.
Otra idea que me gustaría rescatar
de este capítulo es la idea de que la libertad individual no es un patrimonio de
la cultura, tal afirmación se debe a que con el proceso de desarrollo culturar
se busca que, con el fin de que un individuo no pueda estar sobre otro, se ha
generado un marco jurídico que antepone las necesidades de todo un grupo con la
intención de no beneficiar a uno solo. Si bien la justicia la busca la mayoría,
siempre se encontrará con personas que buscaran mantener su individualidad
creando conflictos dentro de la cultura, a mi criterio, esto solo puede ser
evitado buscando un equilibrio que permita el libre actuar de una persona sin
que este acto afecte a alguna otra.
Como otro tema, se nos describe ahora el papel
que ha tenido la instauración de la familia, que, en una época primitiva, se
había conformado por un macho que decidía retener al objeto sexual y este, la
mujer, continuar con sus hijos[1]. Esto,
según Freud, llevaría al individuo a valorar la colaboración y a vivir con
alguien que resultara útil. Con esta nueva forma de coexistir, se crearía una
nueva forma de amor, lejana a la vida amorosa sexual, que se relacionaría más a
la ternura, él lo llama una moción de meta
inhibida y se relaciona más con el amor entre padres e hijos, esto serviría
para crear lazos afectivos entre la sociedad, donde no necesariamente lo sexual
tiene cabida, aunque se nos puntualiza que siempre permanecerá en nuestro
inconsciente.
En la adaptación de la familia, la
cultura se ha encargado de ir creando roles dentro de la misma, pues mientras a
la mujer se le ha dado las tareas del hogar y la satisfacción sexual de su
esposo, este otro se ha visto sobrecargado con tareas culturales que lo han llevado
a buscar en la convivencia con sus semejantes y satisfacción sexual con más
mujeres, lo que lo ha alejado por completo de su cargo como esposo y padre.
La vida sexual de igual forma se ha
visto mermada por la misma cultura, que prohíbe la satisfacción sexual solo por
placer, considera perverso todo aquello que no implique una relación monógama entre
un hombre y una mujer unto con un acto sexual sea solo para procrear; las satisfacciones
extragenitales[2] están prohibidas, algo que
considero se sigue teniendo muy presente en la sociedad actual a pesar de que
el contexto se suponga más progresista y respetuoso de los derechos
individuales.
Otra de las pulsiones que se consideran
oprimidas es el de la agresividad, que tiene como enunciado primario “Amarás a
tu prójimo como a ti mismo”[3], con
él se busca el respeto entre los integrantes de la sociedad, esto implicaría
tener empatía y reconocernos en el otro, pero Freud nos dice: “¿Por qué
deberíamos hacer esto? ¿De qué nos valdría? Pero, sobre todo, ¿Cómo llevarlo a
cabo? ¿Cómo sería posible? Mi amor es algo valioso para mí, ni puedo desperdiciarlo
sin pedir cuentas [...] Si amo a otro, él debe merecerlo de alguna manera” (S.
Freud,1930) Cap V:106
Se justifica describiendo que el
humano por naturaleza es agresivo, que tiene su lado salvaje, que es capaz de
dañar a alguien de su propia especie y que incluso puede ser objeto de su deseo
el hacerle daño: “El prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto
sexual, si no una tentación para satisfacer en él la agresión […] humillarlo,
infligirle dolores, martirízalo y asesinarlo” (S. Freud,1930) Cap. V:108. Nuevamente
nos demuestra como la cultura con su ética suprime la naturaleza del humano y
esto sumado a la restricción sexual genera gran malestar al individuo que vive
dentro de esta la sociedad.
Pero entonces ¿cómo puede convivir
de manera armoniosa con sus semejantes, si el ser humano es por naturaleza
agresivo? Es en este punto donde entra el concepto del superyó, este funciona
como el juez del yo, quien se siente vigilado todo el tiempo y trata de llevar
acabó las reglas que el superyó le impone. Es mediante el sentimiento de culpa como
se puede controlar, pues se tiene ya plena conciencia de lo que es bueno y es
malo.
El superyó se ve influenciado y enriquecido
por las reglas que la cultura ha impuestos sobre el individuo y obliga al yo a
acatarlas, y su castigo por no cumplirás es la generación de angustia e incluso
lo orilla ante un posible castigo en el mundo exterior, al superyó no hay nada
que se le pueda ocular, ni siquiera los pensamientos son ajenos a su
injerencia. Es así como cada angustia generada, el rechazo de cada pulsión se
van acumulando hasta crear lo que se describe como conciencia moral, que será
la encargada de mantener controladas todas las pulsiones que pudieran generarse
en el individuo.
Es entonces como puede encontrarse
la relación que tiene la misma naturaleza del ser humano con el origen de su
propio malestar, ya que como se analizó en esta obra, el eje de todas estas es
la creación de una cultura en la que se reprimen cada una de sus pulsiones con
el fin de llevar una vida social armoniosa, con la implementación de reglas que
buscan organizar y mantener en orden el ambiente en el que se desenvuelve, las
carencias anímicas que pueda el individuo acarrear durante su desarrollo lo
llevan a buscar figuras paternas que lo hagan sentir mejor, como en el caso de
la religión. Esta última creación humana, se ha encargado de buscar estandarizar
las soluciones a estas carencias, dejando aún lado la posibilidad de
personalizar cada caso para su tratamiento individual.
Estas situaciones en muchos
aspectos pueden ser innatas de la misma necesidad del ser humano de socializar,
al empezar a crear comunidades se deben llevar a cabo ciertas reglas sociales,
las misas que él mismo se impone y que con el fin de abarcar a todos los
individuos del grupo no distingue los intereses individuales, acercando a la
infelicidad a algunos, que no se ven representados por las mismas reglas.
El sentimiento de culpa que se nos
marca al final como el causante principal del malestar, es el resultado de todo
el cúmulo de reglas éticas aplicadas por el superyó al yo, sería aquí donde se
propondría la intervención de un especialista, con el fin de identificar qué
tanto de las pulsiones que se han reprimido pueden afectar en el desarrollo
anímico pleno del sujeto en cuestión.
Bibliografía
Freud, Sigmund (1930) El malestar
en la cultura, Obras completas v.21, Amorrortu,
Argentina.
[1]
De igual forma los hijos se
encargarían de expulsar al padre del seno familiar Cap VII:127
[2]No deja claro a que se refiere con este
concepto, pero puede referirse a actos como la felación.
[3]
Deja claro que este fue
difundido por el cristianismo, pero este tiene un origen más antiguo. Cap V :106

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